martes, 22 de noviembre de 2016

Alzheimer y yo: un matrimonio difícil de concertar



Desde que la conocí, aquel 29 de abril, la sentí como una mujer fuerte, más fuerte que la tristeza y el dolor, el horcón imprescindible en la organización de las labores de la casa en mi amado municipio de Bayamo.
… Pero ahora  con la rutina, la calma, la inactividad, digo yo, su mundo se le está dando la vuelta mientras sus 87 años llevan consigo unos pocos recuerdos que, a veces, se pierden en lo profundo del pasado: el apoyo a los soldados del Ejército Rebelde  y a la Campaña de Alfabetización, en Minas de Frío, Sierra Maestra, donde participaron mis hermanos mayores, estuvieron siempre entre los acontecimientos vividos al compás de la historia de Cuba.
Me gusta sentir la tibieza de sus manos, sus dedos suaves con uñas largas que describen, quizá sin querer las huellas del quehacer del hogar. Tomo solo una, la acaricio por el dorso, por la palma … cada dedo entre los míos hasta donde se traban los nudillos.
Sus preguntas recurrentes evocan detalles circunstanciales, esa ojeada mujer, de madre, de familia que desborda el cariño e invita a la mesa a quien nos visita, aun cuando su mirada se deforma como las nubes en el viento de la memoria.
Calle Siete culpa a esa enfermedad mental progresiva caracterizada por una degeneración de las células nerviosas del cerebro y una disminución de la masa cerebral; las manifestaciones básicas son la pérdida de memoria, la desorientación temporal y espacial y el deterioro intelectual y personal, aunque, en los momentos más inesperados, nos sorprende con un lenguaje que vuela con la frescura de las mariposas silvestres que perfuman el aire en libertad. 
Por eso el Alzheimer y yo somos un matrimonio difícil de concertar.
Mi madre es mi niña consentida. Yo sé que se le hace larga la vida.